Considerada como una de las películas más complejas e intimistas hechas por el cine el año 2011, ‘El árbol de la vida’ (‘The Tree of life’) es una de las experiencias más emocionantes que algunos hemos tenido el honor y privilegio de experimentar y que por otro lado, maldecimos – es una forma de decir – la ceguera de muchos gerentes y propietarios de salas de cine quienes han dejado de lado su exhibición cuando era su tiempo. Habrán las conocidas excusas de siempre, que es un cine estrecho, con mercado reducido y que les parece mejor estrenar rápidamente cualquier cosa de Adam Sandler! Hace falta más audacia a los empresarios! ya lo dijo una de nuestras autoridades y el que algún día la estrenen en el futuro (con años de atraso, que ya ha sucedido varias veces aquí en Bolivia) no compensará semejante desatino.
Pero para muchos espectadores la película es infumable, inaguantable, horripilante, que peca de soberbia y de indefinición en su alcance; no se puede negar que tengan algo de razón. El cine de Malick es a prueba de ligerezas, es una carga de la que muchos desean sobrevivir y otros no lo necesitan en sus vidas, pueden aborrecerla porque tienen sus motivos y muchos aceptamos opiniones divergentes. No se dice que es inmaculada porque tiene defectos y éstos pasan por el excesivo poder de Malick en cuestiones estéticas y narrativas pero jamás en el campo técnico. Es un campo que él domina como pocos.
En ‘El árbol de la vida’ somos testigos (en 15 minutos aproximadamente) del nacimiento del universo, de sus primeras manifestaciones posibles y de la idea visual que tenemos sobre su formación: la vía láctea, el sistema solar, el planeta tierra y la improbable pero real creación de la vida: los organismos primitivos y los hechos más insólitos que de por sí dejan dudas grandes en existencialistas y creacionistas. La familia O’brien no es más que una arena en la playa y una gota de luz solar así como lo somos todos.
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